Antes y después de una corrección literaria: Tantas páginas por escribir (Antonia Peiró)

Antes de nada, agradezco a Antonia su permiso para compartir este fragmento de su novela, la cual aún no está publicada. El objetivo es mostrar mi método y también permitir que otros escritores aprendan a través de ejemplos prácticos. Si eres un autor, puedes mandarme dos páginas de tu trabajo (lucia_heve@msn.com) y recibirás una muestra de corrección gratuita.

ORIGINAL

Allí estaba Irene, de pie, en la terraza del hospital, notando el sol en la cara, y el aire que acariciaba su pelo. El cielo era raso, ninguna nube a la vista.

Una mezcla de miedo y desasosiego invadía su cuerpo. Las manos todavía le temblaban. La frase retumbaba en su cabeza una y otra vez.“¿De verdad está pasando esto? “, se repetía sin cesar.

Cerró los ojos, unas risas se escuchaban a lo lejos, se giró para mirar; varios trabajadores del hospital estaban hablando, fumando y riendo. Qué absurdo todo…ellos ríen ajenos a la tragedia que ella estaba viviendo. Evidentemente desconocen lo que piensa, todo lo que está intentando asimilar, si es que algo así se puede asimilar.

Jueves 26 de marzo de 2015, una fecha que jamás olvidará. Tampoco olvidará cuando el jefe de traumatología entraba a su despacho para darle los resultados de la biopsia de su marido.

– ¿Tienes que visitar a algún paciente ahora? – le comentó el Dr. Barbín con la cara visiblemente tensa.

– No, por hoy no tengo más visitas. ¿Te encuentras bien? – dijo Irene levantándose de la silla.

–Sé que los resultados deberían dárselos personalmente a Manuel, pero os conozco lo suficiente para saber que quizás preferís verlos en privado – le dio el sobre cerrado con los resultados – estaré en mi despacho si quieres que comentemos algo – se levantó, le acarició el pelo y cerró la puerta tras de sí.

Como psicóloga del hospital había tenido que ver en muchas ocasiones esa misma expresión en médicos dando los peores diagnósticos, y hoy su marido era el paciente. Leyó varias veces el resultado de la biopsia, porque no era capaz de asimilar aquellas letras que estaban marcando el futuro no solo de su marido sino también de sus hijos y de ella.

Intentaba caminar, pero los pies parecían pegados al suelo, como si estuvieran clavados a él. De manera instintiva se disponía a marcar el número de teléfono de su marido. Qué ironía, justo es a quien no debía llamar en esos momentos. Siempre que tenía alguna novedad, fuera lo que fuese, le llamaba, para que le diera su opinión, para que la orientase en lo que debía hacer. Pero hoy no debía, no podía…en ese momento no.

CORREGIDO

Irene estaba de pie en la terraza del hospital, notando el sol en la cara y el aire, que acariciaba su pelo. El cielo se mostraba raso, sin ninguna nube a la vista.

Una mezcla de miedo y desasosiego invadía su cuerpo. Las manos todavía le temblaban. Una frase retumbaba en su cabeza una y otra vez. «¿De verdad está pasando esto?», se repetía sin cesar.

Cerró los ojos. Unas risas se escuchaban a lo lejos, se giró para mirar; varios trabajadores del hospital estaban hablando, fumando y riendo. ¡Qué absurdo todo! Ellos se carcajeaban ajenos a la tragedia que ella padecía. Evidentemente, desconocían lo que pensaba, todo lo que intentaba asimilar, si algo así se podía asimilar.

Jueves veintiséis de marzo de 2015, una fecha que jamás olvidaría. Tampoco borraría de su mente cuando el jefe de traumatología entró a su despacho para darle los resultados de la biopsia de su marido.

—¿Tienes que visitar a algún paciente ahora? —le comentó el Dr. Barbín con la cara visiblemente tensa.

—No, por hoy no tengo más visitas. ¿Te encuentras bien? —preguntó Irene, levantándose de la silla.

—Sé que los resultados deberían dárselos personalmente a Manuel, pero os conozco lo suficiente para saber que quizás preferís verlos en privado. —Le entregó el sobre cerrado—. Estaré en mi despacho, si quieres que comentemos algo. —Le acarició el pelo y cerró la puerta tras de sí.

Como psicóloga del hospital, había tenido que ver en muchas ocasiones esa misma expresión en los médicos que comunicaban los peores diagnósticos; hoy su marido era el paciente. Leyó varias veces el resultado de la biopsia, porque no lograba asimilar las letras que marcaban el futuro no solo de su marido, sino también el de sus hijos y el suyo.

Intentó caminar; pero sus pies parecían pegados al suelo, como si estuvieran clavados a él. De manera instintiva, se dispuso a marcar el número de teléfono de su marido. ¡Qué ironía, justo a quien no debía llamar en esos momentos! Siempre que tenía alguna novedad, fuera lo que fuese, se comunicaba con él para que le diera su opinión y la orientase. Pero hoy no debía, no podía… En ese momento no.

Deja un comentario

Crea un blog o un sitio web gratuitos con WordPress.com.

Subir ↑